Difuminarse un sueño,
en tiempo y espacio,
entre las remembranzas
de borrascas nocturnas de algún faro
y un bosque impenetrable,
con follaje que frena
la brisa por veredas
en otoño con luces de invierno,
es trepar la montaña,
sin hundir la oriflama
seductora en su cima,
y no libar lo dulce de la brisa,
con sus brazos de miel
sus ecos de romances
y sus labios de seda,
que cautiva en éxtasis de besos.