Se clavan las resecas estacas de sus manos
- que hieren cada espacio de su dura piel-
en el gélido lecho del sepulcro
sintiendo la amarga sensación del desprecio.
Resuenan las ásperas voces de los cuervos,
las ráfagas de viento acarician los cipreses
y ejecutan los fúnebres acordes
entre las remembranzas del momento.
¡Se le ha bañado el alma con fango de tristeza!
Los duendes de la furia rondan su corazón,
centellas de fuego brotan de sus pupilas
y una siniestra risa evidencia el ímpetu
del punzante delirio en el tiempo.
..., no acarician sus labios indolentes
el cuerpo entumecido y exhumado
que decidió enterrar sin el corazón adentro;
a ese, que por las noches, triste lame la hiel
que regó en las virtuosas horas dadas.
Envenena su alma, poco a poco,
queriendo dejarla sin aliento,
para así estar unidos, por siempre,
(abrazados los mismos sentimientos)
bajo la negra sábana del bruno lamento...