09 septiembre, 2016

TIEMPO DE ESPERA



Navegar en el tiempo de espera, y contemplar cómo se desmorona
la encumbrada montaña donde había nacido un copioso río,
y, en el lecho, su esencia caló en la aterida tierra, en sus cercanías.
Se secan las cascadas. Marchitos los campos por migas de rocío,
se pierde la humedad en los pétalos de la siega prometida,
y se acalla en los cantos, la consonancia que marcaba un camino.
A un alma la sujeta la amnesia, y otra se estrena en su destino:
abandona el páramo de arena donde el frío hiela las venas;
estrangula el destierro, ahoga el silencio que aviva el vacío,
y encausa los recuerdos para adormecer la ansiedad en su vereda.

Cabalga en la aurora para conquistar un amanecer nuevo:
descorrer las cortinas y dejar que el sol evapore el lamento;
sentir que, en cada instante que el reloj marca, los versos son melodía ;
la fuerza del viento tan solo alcance a ser brisa, al atardecer,
para que deambule, sin contratiempo, la magia de su caricia
y cautive suspiros que emerjan de sensaciones concordantes;
enamorar al mar del olvido para que reseque las raíces,
menguadas y negadas a morir, consumado el tiempo de espera.
¡El tiempo no se cansa de andar!, avanza por doquiera se va;
si se está, no se pierde; no se acaba, si se espera sin esperar.