02 febrero, 2018

SIN HILOS DE REPROCHE



Aislado lo excitante de la noche
y el reloj que anunciaba un nuevo día,
duerme la ilusión que trascendía
como eco en el silencio, a derroche.

No hubo voces tejidas con reproche:
por cada amanecer que se perdía,
por el giro del aire en la grafía,
por la aguda mudez de medianoche;

al conocer lo oscuro de la luna,
al apagarse el brillo de una estrella,
al secarse el vergel que pena acuna.

No se rinde a la herida el desaliento;
seca, en la almohada, está la huella:
sal y agua en laguna de lamento.

El silencio no es voz para el hambriento;
del silencio surgen los enigmas
y de las respuestas, paradigmas.



MUERO




Muero   en  cada   verso,  con  el  nombre  que   la  prosa esconde
ante cada caricia  a la que  mi esencia responde;
muero bajo la lluvia o de tercos destellos de sol,
en las horas de luz o en las que habita la penumbra,
disfraces de tus besos con los que mi alma se deslumbra
sin ocultar, la sonrisa, el origen de mi descontrol.

Muero en cada verano cuando se alarga mi desvelo
y en vagos inviernos -alas abiertas- de franco vuelo,
si el éter de misterios propaga silbos de tus te quiero;
entretanto te siento y encamino, hacia ti, mis pasos,
cuando mi cuerpo vibra siendo aguas en distintos vasos
y aparece   en   mis  sueños  el  vaivén  del  ritmo  que bailamos.

Una vez que me entierro en el sepulcro de tu abrazo
me sorprende el cielo que reverbera en tu regazo.
Desciende  de  tus manos  -mi  embeleso-  una  lluvia  de estrellas,
se duerme mi mirada con el eclipse de tu mirada,
no se extingue la vida en la nebulosa amartelada
y muero siendo luna, llena mi extensión de tus huellas.

HOMONIA II








HOMONIMIA I