27 julio, 2018

SIMPLEZAS_1




INSOMNIO



Noches que llueven insomnio, con minutos iluminados por la dulzura de lirios fingidos, segundos centelleantes de momentos perdidos y estruendo de realidad cuando no se está dormido.
No existe "fruto de paraíso" ni río que humedezca la piel; seco quedó el océano, de arrullador oleaje, que arrastra y revuelca en la arena del amor y la pasión.
No llovizna la música cuya melodía embelesa el tejado; se han dispersado las notas anegando el jardín de desconocido destino: flores de pétalos marchitos, sin haber abierto sus capullos; serpientes que muerden sus entrañas y, ¡el dolor!, el dolor que retuerce la tierra, así como si se estuviera ocupando el tibio refugio, antes de haber nacido; buitres posados en el sauce, tratando de arrancarle el corazón dolido.
Sí, ¡abrir ventanas y puertas!, pero ¿para qué?; sigue oscura la noche y, allí, afuera, también rondan los fantasmas y espera sonriente una horca para estrangula el grito de auxilio.
Noches de neblina y frío, de inquietud y escalofrío, del tormento siempre temido...del ruego por estar dormido.

BLANQUEADOR DE SEPULCROS




La soledad, no hizo esperar el ulular en la noche; el ruido del tordo, presagiando lluvia, retumbó en la penumbra, y se levantaron los cipreses como firmes soldados de la muerte. Momento de la ruina de lo que los ojos miran, savia de la piel que no respira.

Desbordada el alba, entre la pesadumbre del camposanto, me hallé frente al blanqueador de sepulcros; vi viajar lágrimas por sus mejillas y llegar a mi féretro. Eran como gusanos, que corroen el corazón y nunca llegan a saborear el alma. Imperturbables mis latidos, ¡como antes, blanqueador de sepulcros!, como cuando deambulaba por las inciertas y silentes veredas de mis aventuras y tus astutas saetas ya no eran caricias que herían mi espectro; cuando el silencio, ¡tu silencio!, era canto muerto que no despertaba el celo y secaba las raíces amarteladas del cerezo; fue canto que acuñó temporalidad al pino y sembró sauces en el desierto.

¡Cuánto quisieron decir mis palabras y no encontré tu aliento!
¡Cuánto guardaron, de mis adentros, los papeles de viento!
¡Cómo contabas los minutos y nunca quise saber del tiempo!

Aquí, en mi sepulcro, sello el armisticio. Sí, mucho después de abandonar el campo de batalla y enterrar lo encarnado de mis lanzas; de aprender a resistir tus tácticas de asecho -sin variantes, ni bajas en mi pecho-; de rebelarme a recoger tus rosas rojas bajo el claror de la luna y rosas grises bajo la mirada del sol, mientras yo cultivaba flores que exudaban la fragante autenticidad de la belladona , el noble aroma de la violeta y el bermellón del clavel... dormida la luna o adormecido el sol.

Llegó la hora, blanqueador de sepulcros, se acerca el sepulturero. ¡No, no lo hagas!, ¡deja tus manos ocultas!, ¡no riegues mi tumba con polvo que se endurece en tu puño! Espera que la tierra arrope mis cenizas y descubre en mi epitafio la gran conquista:
Subsistí a la tristeza por amor. Hoy, en mi eterno regocijo, descanso disfrutando del amor.