Pálida pirámide, puerta de los sueños largos.
Yo cerraba su palma entre mis dedos.
Y se callaba el mundo con sus verismos amargos
para que ella durmiera aislando miedos.
Mi voz es una flor sobre una tumba
que a la muerte quizás le sirviese de ornamento.
Y es acaso la muerte eso que zumba
igual que un corazón cuando el silencio es violento?
Da igual, noches así le ceñían a la aurora
las últimas estrellas que quedaban.
El tiempo no podía condensar todas las horas
que luego las zozobras devoraban.
Y yo le dibujaba las quimeras
como canción de lluvia, igual de exiguo y de bello;
rosas de nieve, rostros de madera
y era ella azul y voraz, ebria de ver todo aquello...
Con sus ojos pequeños y mis palabras en frente
Envolviera su espanto con la nada
Y la viera apagarse... morirse sencillamente
soltándome la mano -la mirada-
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