En la efervescencia de la sangre,
que hiere mis entrañas a su paso,
galopa desbocado el corazón
bajo la tempestad de tu milagro:
pierde el frío mi alma en la hoguera
de tu alma -mar sin calma, viento calmo-
y las lágrimas dejan de ser pena
para ser alegría entre tus manos,
llama de caricias que desnuda
el amor en mis ojos y mis brazos
los abre para asirlos a tu forma
y agitar el matiz suave de un diálogo
de amantes -de mi cuerpo con el tuyo-
sin que apague la brisa el grito casto,
en las cenizas de una roja tarde,
del placer de los cuerpos con los labios.
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