En el mar del sosiego por olvido entre olas, y la estela del recuerdo, parpadeo ante el discuerdo y un lienzo pintado y desteñido -por frío de acuarela- en el izquierdo. Se perdió la tibieza del arroyo, la lucida humedad de la piedra y en el árbol, la hiedra abandonó su apoyo. Se hizo roca la piedra, seca quedó la hiedra y no quiso más lumbre el frío arroyo.
Con el correr del tiempo propóngome encontrarte, sin escuchar tu silencio, la verdad sea baluarte, siendo espejos de estío en inviernos de cencio. En tus ausencias logre, en tu aroma abrazarte ante el eco de tu voz. Que la luna me sonría cree el viento fantasía y la lluvia inspiración feroz. (cencio: viento frío, escarcha, niebla)
¿Cuántas veces la luna le dio a mis noches luz?, ¿cuántas vieron la luz de algún amanecer, sumida en el silencio, tristeza como cruz, en oscuras esperas, húmedo alborecer? ¿Delineo tu rostro en contraluz, si el farol de mi alma intuye ver la imagen que se pierde en tragaluz, grabada en mi historia del querer? ¿Qué cantos no beber que ahoguen cual cazuz, que los labios marchiten, que las nubes no citen? ¿Cómo excavar palabras, en terreno baldío, si son sólidas rocas que no admiten el lecho de mi río? ¿Dejar que las aguas se dormiten?, ¿que su fervor no calme tus momentos de frío?, ¡sécalas con hastío! (Cazuz: hiedra)
Cerca de quietas aguas, ¡ven, baila conmigo! Escuchemos silentes tintinear el piano, estrecha mi cuerpo y siente danzar mi mano por campos de tu espalda, para secar el trigo. Qué mueran sus granos y renazcan sintiendo nuestro aliento, nuestros cuerpos cercanos, sin que, entre ellos, el viento separe los latidos del cimiento. ¡Ven, baila conmigo!, escuchemos silentes. Imagina mis manos como arco de violín deslizándose suave, por tu piel, sinfín, con tibieza de amor y ardor de sus afluentes. Llama de tu verano crepita en la humedad de mi invierno; ¡tu cuerpo tan cercano!, verdor desnudo y tierno, baila con mi sentir... vasto y eterno.