Muero
en cada verso,
con el nombre que
la
prosa esconde
ante
cada caricia a la que mi esencia responde;
muero
bajo la lluvia o de tercos destellos de sol,
en
las horas de luz o en las que habita la penumbra,
disfraces
de tus besos con los que mi alma se deslumbra
sin
ocultar, la sonrisa, el origen de mi descontrol.
Muero
en cada verano cuando se alarga mi desvelo
y
en vagos inviernos -alas abiertas- de franco vuelo,
si
el éter de misterios propaga silbos de tus te quiero;
entretanto
te siento y encamino, hacia ti, mis pasos,
cuando
mi cuerpo vibra siendo aguas en distintos vasos
y aparece en mis sueños
el vaivén del
ritmo que bailamos.
Una
vez que me entierro en el sepulcro de tu abrazo
me
sorprende el cielo que reverbera en tu regazo.
Desciende
de tus manos -mi embeleso-
una lluvia de estrellas,
se
duerme mi mirada con el eclipse de tu mirada,
no
se extingue la vida en la nebulosa amartelada
y
muero siendo luna, llena mi extensión de tus huellas.
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